Síntesis de discurso de David Foster Wallace
Esto es agua es un famoso discurso de David Foster Wallace pronunciado en la ceremonia de graduación de la Universidad de Kenyon en 2005. En este discurso, Wallace hace una profunda reflexión sobre la vida cotidiana, la conciencia y la importancia de la educación, utilizando metáforas poderosas y una estructura narrativa que invita al oyente a cuestionar su propia rutina y las convenciones sociales.
Uno de los fragmentos más conocidos del discurso es la historia del pez, que ilustra la falta de conciencia de los individuos sobre el entorno en el que viven. Wallace introduce esta metáfora diciendo:
“Hay dos jóvenes peces nadando por el agua, y un pez más viejo se les acerca y les dice: ‘¿Cómo está el agua, chicos?’ Y los dos jóvenes peces nadan un rato y luego uno le pregunta al otro: ‘¿Qué demonios es el agua?’”. Wallace utiliza esta imagen para mostrar cómo, muchas veces, los individuos están tan inmersos en su entorno cotidiano que no se dan cuenta de lo que los rodea. El agua, en esta metáfora, simboliza las estructuras invisibles que nos afectan constantemente, pero que rara vez cuestionamos.
A través de esta metáfora, Wallace invita a reflexionar sobre la importancia de ser conscientes de las cosas que damos por sentadas en nuestra vida diaria. Las “aguas” que nos rodean son, en su mayoría, las normas sociales, las expectativas, y la rutina que guían nuestra existencia sin que nos detengamos a cuestionarlas. A menudo, la falta de conciencia sobre estas fuerzas invisibles hace que nuestra vida transcurra en piloto automático, sin un verdadero pensamiento crítico o reflexión sobre lo que estamos haciendo.
A lo largo del discurso, Wallace también aborda el tema del consumismo y la superficialidad de muchas de las motivaciones humanas. Él señala que la educación formal no es solo un proceso de acumulación de conocimiento, sino también un medio para enseñarnos a pensar de manera independiente y consciente.
Según Wallace, la verdadera libertad no radica en la capacidad de hacer lo que queramos, sino en la habilidad de elegir de manera reflexiva cómo interpretamos y nos relacionamos con el mundo. Él dice: “Pero la libertad que realmente significa algo es ser capaz de decidir cómo pensar y qué pensar, incluso cuando las cosas parecen ser las mismas siempre, y todo parece estar en piloto automático. Esto es, en realidad, la verdadera libertad: la libertad de ser dueño de nuestra atención”.
En este sentido, Wallace no solo critica la falta de conciencia sobre las rutinas diarias, sino también el hecho de que muchas veces somos esclavos de nuestros propios pensamientos automáticos, alimentados
por el consumismo, los medios de comunicación y las expectativas sociales. En lugar de ser pensadores autónomos, nos dejamos arrastrar por lo que nos dicen que es importante.
Además de la metáfora del pez, Wallace ilustra su discurso con otras historias y reflexiones que apuntan a la misma idea: la vida cotidiana, aunque aparentemente banal o repetitiva, es una oportunidad para elegir cómo reaccionamos ante ella. Por ejemplo, habla de una situación común, como ir al supermercado o manejar en tráfico, como un ejemplo de las pequeñas cosas cotidianas que a menudo nos causan frustración, pero que también ofrecen la oportunidad de practicar la conciencia y el control sobre nuestra mente:
“En el día a día, es probable que todos pasemos mucho tiempo esperando, ya sea en una fila o atrapados en el tráfico. Y lo que Wallace nos dice es que en esos momentos, cuando nuestra atención está atrapada en lo negativo y lo que sentimos es incomodidad o irritación, estamos perdiendo la oportunidad de elegir nuestra respuesta. Si pensamos de manera consciente, podemos ver esas situaciones desde una perspectiva más amplia, reconociendo que son parte de la vida, y podemos escoger cómo responder”.
El mensaje de Wallace es claro: la verdadera educación no solo consiste en aprender hechos y datos, sino en aprender a pensar. Aprender a elegir en qué enfocar nuestra atención y cómo procesar las experiencias cotidianas de manera que no nos atrapemos en la rutina, sino que las veamos como oportunidades para reflexionar y ser más conscientes.
Cuando aplicamos el discurso de Wallace al campo de las artes, la reflexión cobra aún más relevancia. El arte, al igual que la vida cotidiana, está lleno de “agua” invisible: las normas y estructuras preestablecidas que guían nuestras prácticas y percepciones artísticas. En las artes, a menudo estamos atrapados en un ciclo de repetición, siguiendo técnicas y estilos impuestos sin cuestionar profundamente el proceso creativo ni reflexionar sobre el significado detrás de nuestra obra. Wallace nos invita a preguntarnos:
¿Qué es el arte en realidad? ¿Estamos creando algo auténtico o simplemente siguiendo las normas establecidas?
Al igual que en la vida cotidiana, el arte nos ofrece la oportunidad de hacer una pausa y reflexionar sobre nuestra percepción, de cuestionar lo que vemos y lo que hacemos. En lugar de ser simplemente un ejercicio técnico, el arte debe ser un espacio para la libertad y la conciencia. La educación artística, como cualquier forma de enseñanza, debe ser un medio para que los estudiantes desarrollen su capacidad de cuestionar y crear de manera consciente, en lugar de solo repetir lo que se les ha enseñado.
En conclusión, Esto es agua nos desafía a salir del piloto automático y vivir nuestras vidas con plena conciencia. Wallace nos recuerda que el verdadero reto no está en el conocimiento o en las experiencias en sí, sino en cómo elegimos percibirlas, cómo decidimos mirar el mundo y cómo cultivamos la capacidad de cuestionar lo que siempre hemos dado por sentado. La educación, en este sentido, no es solo un proceso de adquisición de información, sino una preparación para vivir una vida más reflexiva y consciente, donde no solo aceptamos la realidad, sino que la cuestionamos, la interpretamos y decidimos activamente cómo vivirla. Lo mismo aplica al arte: el verdadero desafío de la educación artística es
ayudarnos a ver más allá de lo evidente y a cuestionar las estructuras invisibles que guían nuestras creaciones. El arte, como el pensamiento crítico, debe ser un espacio de conciencia y libertad
El agua en la educación artística en Colombia
La educación en las artes plásticas en Colombia enfrenta una paradoja que, al igual que el pez del discurso de David Foster Wallace en Esto es agua (2005), pasa desapercibida para muchos de quienes la habitan. Wallace nos invita a cuestionar la manera en que percibimos la realidad cotidiana, a reconocer las estructuras invisibles que condicionan nuestra experiencia y, en ese mismo sentido, podríamos preguntarnos: ¿cómo vivimos realmente la educación artística en el país? ¿Somos conscientes de cómo se han instalado modelos educativos que limitan la exploración del pensamiento estético y la creatividad? (El pensamiento estético no se limita a la apreciación de la belleza, sino que es la capacidad de interpretar y cuestionar el mundo a través de las formas, los símbolos y la sensibilidad, permitiendo generar nuevas formas de significado más allá de lo evidente) (Dewey, 1934).
En Colombia, el sistema educativo ha puesto más peso en la producción técnica que en la reflexión artística, convirtiendo el aprendizaje del arte en un ejercicio de destreza manual antes que en un espacio para la imaginación y el pensamiento crítico. La educación artística ha sido relegada muchas veces a un papel decorativo dentro del currículo, vista como un simple entretenimiento en lugar de una herramienta esencial para el desarrollo de la sensibilidad y la creatividad (Eisner, 2002). Esta visión restringida hace que el arte se perciba como algo ornamental, cuando en realidad tiene el potencial de transformar nuestra percepción del mundo.
Si seguimos la lógica de Esto es agua, podríamos decir que la educación artística en Colombia ha construido un sistema de valores invisibles que condicionan cómo se guían los procesos creativos en el aula. Muchas veces, los estudiantes no cuestionan estos modelos porque han crecido dentro de ellos. Se les invita a repetir formas y a imitar técnicas preestablecidas, pero rara vez se les acompaña en un proceso de exploración genuina, donde puedan desarrollar su propia mirada crítica. En un país con una historia marcada por conflictos y tensiones, el arte debería ser un espacio de resistencia y pensamiento, un territorio donde la estética no se reduzca a la técnica, sino que amplíe las posibilidades de expresión y representación (Rancière, 2009).
Wallace nos recuerda que la verdadera educación no es solo acumular información, sino aprender a pensar. Lo más importante de este aprendizaje es que no ocurre automáticamente; requiere esfuerzo, conciencia y la capacidad de decidir en qué queremos enfocar nuestra atención. En su discurso, Wallace menciona cómo, en la rutina diaria, las personas pueden quedar atrapadas en un piloto automático, sin cuestionar lo que las rodea. Nos muestra que el pensamiento no es solo un reflejo mecánico, sino una elección que define nuestra manera de habitar el mundo (Wallace, 2005). Y aquí surge la primera pregunta: ¿Qué demonios es el agua? En este contexto, podríamos pensar que esta pregunta abre dos
mundos: el del joven que se cuestiona y el del viejo que navega sin cuestionarse nada. El agua es algo que, a nivel cultural, parece ser cualquier cosa. Este es un paralelo crucial para la educación artística, pues, de la misma manera, muchos estudiantes no se cuestionan lo que se les presenta en el aula y simplemente lo aceptan como algo natural, como si estuvieran navegando por una corriente que no cuestionan.
Si aplicamos esto a la educación artística en Colombia, surge una pregunta clave: ¿se guían realmente los procesos de los estudiantes para que elijan conscientemente cómo piensan sobre el arte y el mundo? En muchos casos, la enseñanza de las artes se limita a la ejecución de ejercicios sin una exploración profunda del proceso creativo. Acompañar a los estudiantes en la construcción de un pensamiento crítico en el arte significa guiarlos para que puedan elegir, con criterio propio, qué representaciones desean construir y por qué. El arte no debería ser una respuesta automática a estímulos impuestos, sino una experiencia viva de descubrimiento y creación (Berleant, 1991).
Este desafío implica repensar la forma en que acompañamos a los estudiantes en sus procesos de aprendizaje. Significa abandonar la idea del maestro como única autoridad y abrir espacios para el diálogo, la experimentación y el error como parte fundamental del proceso creativo. Significa entender que el arte no es solo una técnica, sino un lenguaje que nos permite comunicarnos con el mundo de maneras inesperadas. Así como Wallace nos invita a darnos cuenta de que estamos sumergidos en el agua de nuestras rutinas, la educación artística debe ayudar a los estudiantes a descubrir que están inmersos en sistemas de representación que pueden ser cuestionados, reinventados y transformados.
Pero el arte no es un universo aislado. La relación entre las artes plásticas y las ciencias es fundamental para comprender el mundo y para el desarrollo del ser humano. Son disciplinas distintas, pero funcionan como hermanas con diferencias marcadas y complementarias. La ciencia nos da estructuras lógicas, busca patrones y respuestas medibles, mientras que el arte trabaja con la subjetividad, con lo simbólico y lo emocional. Sin embargo, ambas nacen de la misma raíz: la curiosidad, la capacidad de imaginar nuevas posibilidades y la necesidad de hacernos preguntas (Snow, 1959).
No se trata de oponerlas, sino de reconocer cómo, juntas, enriquecen nuestra manera de ver y entender la vida. La ciencia nos ayuda a comprender el funcionamiento del universo, pero el arte nos permite darle sentido. A lo largo de la historia, los descubrimientos científicos han inspirado nuevas formas de arte, y el arte, a su vez, ha impulsado preguntas científicas fundamentales. La creatividad y la capacidad de observación son esenciales tanto para el científico que formula hipótesis como para el artista que traduce el mundo en imágenes (Bohm, 1998). Por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein inspiró el trabajo de artistas como Salvador Dalí, quien incorporó conceptos científicos como la deformación del espacio- tiempo en su obra. De igual manera, el artista y científico Leonardo da Vinci demostró cómo las ciencias y el arte pueden entrelazarse, usando el arte como herramienta para explorar el cuerpo humano y la naturaleza.
Si el arte en Colombia quiere ser más que un ejercicio de repetición, necesita cuestionar la forma en que ha sido enseñado y explorado. Solo así podrá abrirse paso como una experiencia estética real, una que no solo nos enseñe a mirar, sino a ver de verdad. Y si la educación quiere formar seres humanos integrales, debe reconocer que tanto la ciencia como el arte son esenciales para nuestra existencia, no como disciplinas separadas, sino como partes fundamentales de un mismo todo.
Finalmente, en relación con la enseñanza del arte moderno en Colombia, el pensamiento estético y la pedagogía deben estar intrínsecamente conectados con la ciencia y el arte. La pedagogía estética no solo debe enseñar las técnicas del arte, sino también promover la capacidad crítica y creativa de los estudiantes. El discurso de Wallace sobre la importancia de cuestionar nuestras rutinas puede ser un referente fundamental en la enseñanza artística, pues invita a los estudiantes a ver más allá de lo evidente y a interpretar el mundo con una mirada fresca y reflexiva. Al integrar estas disciplinas, la educación artística se convierte en un espacio para la reflexión profunda, donde los estudiantes no solo producen arte, sino que también cuestionan, reflexionan y crean con conciencia.
Bibliografía
- Berleant, A. (1991). Arte y compromiso. Temple University Press.
- Bohm, D. (1998). Sobre la creatividad. Routledge.
- Dewey, J. (1934). El arte como experiencia. Minton, Balch & Company.
- Eisner, E. W. (2002). Las artes y la creación de la mente. Yale University Press.
- Rancière, J. (2009). El espectador emancipado. Verso.
- Snow, C. P. (1959). Las dos culturas y la revolución científica. Cambridge University Press.
Wallace, D. F. (2005). Esto es agua: Algunas reflexiones, pronunciadas en una ocasión significativa, sobre vivir una vida compasiva. Discurso de graduación en la Universidad de Kenyon.